sábado, 2 de julio de 2011

Personajes de ayer y siempre...

Personajes verdaderos

Los protagonistas de esta historia que mas me intrigaron fueron sin lugar a dudas Amaranta, Ursula y Rebeca, mujeres con personalidades exquisitamnete diferentes que debieron afrontar las situaciones mas dolorosas de la vida...


Ursula Iguarán: esposa de José Arcadio Buendía, fundadora junto con otros jóvenes entusiastas de la aldea Macondo. De gran fuerza de voluntad y trabajo, desde la obsesión de José Arcadio Buendía con los experimentos gitanos y la alquimia, fue quién permitió la subsistencia de su familia. Fue su ingenio y astucia, lo que permitió épocas de apogeo en su hogar, como la empresa de animalitos de caramelo, que se sustentaba en su propia cocina. Siempre se la describió como “Activa, menuda, severa, aquella mujer de nervios inquebrantables, a quién en ningún momento de su vida se la oyó cantar, parecía estar en todas partes desde el amanecer hasta muy entrada la noche, siempre perseguida por el suave susurro de sus pollerines de olán.”(Página 15, tercer párrafo, Cien Años de Soledad, de Gabriel García Márquez.).
 A pesar del paso de los años y sus efectos, Ursula se las ingenió para siempre estar enterada de todos los movimientos de la casa, cargando el peso de sus cien años con un gran estoicismo frente a los infortunios (y a pesar de su ceguera), y con una magnifica erudición y orgullo.



Rebeca: hija adoptiva de Ursula y José Arcadio Buendía. Llegó un día domingo a la casa de los Buendía, cuando aún no superaba los once años:
“Desde el momento en que llegó se sentó a chuparse el dedo en el mecedor y a observar a todos con sus grandes ojos espantados, sin que diera señal alguna de entender lo que le preguntaban. (…) Su piel verde, su vientre redondo y tenso como un tambor, revelaban una mala salud y un hambre más viejas que ella misma, pero cuando le dieron de comer se quedó con el plato en las piernas sin probarlo. (…) Decidieron llamarla Rebeca, que de acuerdo con la carta era el nombre de su madre (…).” (Página 42, primer párrafo).
 Tenía la adicción de comer tierra y la cal que arrancaba de las paredes, que se hizo presente en cada momento de nerviosismo. Enamorada de Pietro Crespi, un italiano comerciante de la zona, se enemistó con su hermana Amaranta, quién compartía ese amor de manera secreta. Muchas veces, fue pospuesta la boda de Pietro y Rebeca, por artimañas de su hermana, quién estuvo a punto de envenenarla. Sin embargo, se enamoró de su hermano José Arcadio, cuando éste regresó de sus viajes. Lo amó y lloró su muerte hasta el final de sus días en su casa, junto al cementerio, donde él se hallaba sepultado.





Amaranta: de carácter duro e imprevisible. Su gran amor fue Pietro Crespi, por el cual tuvo una peligrosa obsesión que casi la lleva a envenenar a su hermana. Con su corazón marchito por el odio y el rencor nunca pudo amara nadie y jamás pudo superar su aversión a Rebeca, así pues “Lo único que le rogó a Dios por muchos años es que no le mandara morir antes de Rebeca. Cada vez que pasaba por su casa y advertía los progresos de la destrucción se complacía con la idea de que Dios la estaba oyendo. (…) Elaboró un plan con tanto odio que la estremeció la idea de que lo habría hecho de tal modo si hubiera sido por amor, pero no se dejó aturdir por la confusión, sino que llegó a ser más que una especialista, una virtuosa en los ritos de la muerte.”(Página 237). Con el amor de su hermana con José Arcadio, Pietro intentó conquistarla, pero su alma no le permitió corresponderle, ni a él, ni tiempo más tarde al Coronel Genireldo Márquez, determinando en ambos la necesidad de acabar con su vida.  Tiempo más tarde, Ursula analizó a Amaranta “cuya dureza de corazón le espantaba, cuya concentrada amargura le amargaba, se le esclareció en el último examen como la mujer más tierna que había existido jamás, y comprendió que las injustas torturas a que había sometido a Pietro Crespi no eran dictadas por una voluntad de venganza, ni el lento martirio con que frustró la vida del Coronel Genireldo Márquez había sido determinado por la mala hiel de su amargura, sino que ambas acciones habían sido una lucha a muerte entre un amor sin medidas y una cobardía invencible, y había triunfado el miedo irracional que siempre tuvo a su propio y atormentado corazón” (Páginas 214 y 215).




Sin embargo, ¿Quien podría olvidarlos?


2 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. Que loco, me imagine a amaranta en esa misma pose y casi la misma ropa, solo que con cabello mas largo, como cuando murió.

    ResponderEliminar