sábado, 2 de julio de 2011

Un sin fin de interpretaciones...

Observación

En el relato, personalmente, me conmovió lo poético de las muertes, ya que a través de los elementos maravillosos característicos de este genero (el realismo mágico, como desarrollé anteriormente), develan la personalidad o significan el último rezago del fallecido, provocando la reflexión de sus familiares.
 Ejemplos claros son el caso de la muerte de José Arcadio Buendía, quién falleció al perderse en uno de los cuartos intermedios que imaginaba en sus delirios. Para mí, esto representaba su misma locura y sus causas: la búsqueda de nuevos inventos, aventuras, su fascinación y su infinita capacidad de ir más allá de lo racional, yendo de habitación en habitación, hasta que los sucesos lo llamaban a la realidad y debía retroceder hasta la dimensión  real y racional de su vida. Hasta que, por lo profundo de sus ilusiones y anhelos, y sus repetidas alucinaciones, se privó del mundo físico, naufragando en las aguas de su subconsciente, creyendo que eran verosímiles. Murió así, rendido, agonizando en su propia incoherencia.
 Otro paradigma, es el fallecimiento de José Arcadio, causado por un disparo de arma de fuego. En este caso, puedo discernir los hechos posteriores en dos:
En primer lugar, el arroyuelo de sangre que llegó hasta los pies de su madre, atravesando todo Macondo, doblando, girando e incursionando por el terreno. Mi interpretación de este hecho, es la importancia de esa conexión que seguía existiendo entre madre e hijo, a pesar de su separación por la traición al casarse con su hermana. Era preciso, entonces, ante la muerte que Ursula reconociese a su hijo, y que dicha muerte le permitiera, tiempo más tarde, comprenderlo y perdonarlo.
En segundo lugar, el penetrante olor a pólvora que ninguna cura casera pudo sofocar, como un eterno llamado de atención que no permitiría que se olvidara el enigma de su asesino. Como el fuerte indicio, que pide ser resuelto y no acallado por el desconcierto y el miedo.
 Otro modelo, es la muerte del Coronel Aureliano Buendía, ser de adusto corazón que falleció luego de realizar un día más, rutinario como lo fueron todos los que prosiguieron a su retiro, con la única diferencia de que presenció la llegada de un circo. Abandonó su taller, para observar el advenimiento de la alegría, del entretenimiento, quizá de ilusiones y magia, sentimientos que jamás inundaron su espíritu, que quizá conoció en los rostros de sus vecinos, que quizá nunca pudo comprender realmente por su soberbia. Tal vez, fue el reconocer otra cara del mundo lo que lo invadió o simplemente, la cotidianidad lo llevó a un viaje sin retorno.
   Otro arquetipo, fue el de Remedios, la Bella, quién desapareció en el cielo levitando, cuan ángel maldito, cuan pura mariposa de muerte, como lo había sido en vida: una suave caricia hacia los ojos, pero veneno furtivo en los derruidos corazones varoniles. Se alejó de Macondo, rectificando su divina hermosura, demostrando que era celestial su naturaleza.
Quizá, esta mi interpretación sea errónea o no haya sido uno de los designios del autor, pero el simple hecho de provocar en mi esta visión, a mi consideración, es el más noble e intencionado resultado de esta obra. El permitirme abrirle paso a la exégesis hasta en la puntual descripción de un deceso.

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